Hemeroteca
La Medicina y la Política
Artículo de opinión escrito por el Defensor del Colegiado del Colegio de Médicos de Málaga, Dr. Juan José Bretón.
En tiempos convulsos como los presentes y con varias elecciones de por medio, se han sucedido y seguro se sucederán las declaraciones y elucubraciones de todo tipo por parte de representantes de partidos políticos, comentaristas, analistas y ciudadanos de a pie.
Por su relevancia e inmediatez, la sanidad es uno de los temas principales que salen a relucir como tema de debate. Y ahí es donde se advierte que el tono y lenguaje de nuestros políticos a menudo no es muy objetivo e incluso ni siquiera hace mínima justicia a los hechos; porque se esgrime como bandería éste o aquel modelo sanitario, denostando la tesis del contrario como fuente de todo mal sin atender a más razones. Se maneja alegremente y a conveniencia una enorme cantidad de argumentos, datos económicos, recursos existentes o faltantes y servicios prestados o por prestar al común de los nacionales o, en su caso, de cada comunidad autónoma. Se suele entonces derivar hacia burdas simplificaciones que, si bien ayudan a la argumentación ideológica, no se paran a considerar la realidad. Así vemos inflamadas soflamas en las que se pretende defender la sanidad pública atacando la privada como si ésta fuera un cúmulo de males sociales o refugio de especuladores. A la inversa, se denuncia que la sanidad pública no es sino un pozo de ineficiencia y gasto sin control, y que el ciudadano estaría mejor atendido por empresas más eficientes que el Estado y a las que escogería voluntariamente en función de sus logros y del cuadro de profesionales cuyos servicios ofertan. Se habla muy a la ligera de salvar la sanidad pública, unos evitando su privatización y otros mediante la implantación de consorcios o la externalización, pero se comprueba la mayoría de las veces que tras estas rotundas frases poco conocimiento hay, salvo en lo que de mensaje electoral aportan. Hay también quienes propugnan modelos de cooperación más o menos viables, sin demasiada concreción ni fortuna por cierto, lo que lleva a ser criticados y rebatidos por los que están en los extremos del espectro. Pero en esta vorágine de acusaciones, panegíricos y diatribas parece que se olvida algo primordial: los propios agentes de la sanidad, como ahora se ha dado en llamar a los médicos, enfermeros y otras profesiones sanitarias. Y la cuestión que se suscita a primera vista sería: ¿acaso los profesionales se convierten automáticamente en malos y buenos según donde trabajen?. Porque es muy frecuente que muchos profesionales y entre ellos los más notorios y prestigiosos, trabajen en la medicina pública y la privada a la vez. Quizá algunos creen que hemos llegado los médicos al nivel del famoso Dr. Jekyll, que en la conocida e inefable novela de Robert Louis Stevenson se convierte, al salir de su consultorio, en un terrible monstruo asesino, Mr. Hyde. Parecería, a tenor de lo que se oye en los medios, que el médico que presta su servicio por la mañana en un centro de salud o en un hospital se cambia por la tarde en un mercachifle sin alma, preocupado más por su bolsillo que de la salud de los pacientes. O a la inversa, que se embrutece por turnos mientras está en la sanidad pública, siguiendo pautas rutinarias y cicateras, para luego brillar como líder científico o prestigioso facultativo dentro del ámbito privado. Por favor, seamos sensatos y no llevemos el debate a trágicas caricaturas que deforman una noble profesión: sólo hay un tipo de profesional, ya se encuentre éste bajo la bata, un traje o ropa de quirófano. Y éste será bueno, malo o regular según lo fuere su condición natural y su aplicación y esfuerzo intelectual. Una profesión que exige dedicación, estudio constante, sacrificios personales y generalmente mal pagada, en comparación con otros países, no puede menos que merecer un poco de respeto. Porque no existen modelos sanitarios sin sanitarios. Y la obligación de los administradores del estado es proporcionar los mejores escenarios para que los médicos y otras profesiones sanitarias hagan bien su trabajo, que no es sino prevenir, curar y paliar la enfermedad, atendiendo a los ciudadanos en las mejores condiciones de eficiencia y dignidad personal. Los teorizantes de la política sanitaria deberían tener esto muy en cuenta, antes de entrar en un absurdo maniqueísmo, a menos que se pretenda establecer dos clases sanitarias antagónicas en la sociedad, lo que sería una terrible tragedia. No se use ni manipule a la medicina ni a los médicos para atacar al oponente atribuyéndole todas las bajezas, para así reforzar la pretendida bondad propia. Débil y fácil argumento es atacar sin proponer, aunque parece que da resultado ante lo mucho que se contempla ahora. Para proponer hay que conocer la realidad; para conocer la realidad hay que preguntar a quienes están a pie de tajo, en este caso junto a la cabecera de los enfermos. Aplíquense señores y señorías a considerar estos horizontes en sus sesudas reflexiones y a mirar si en su propio proceder hay algo mejorable y déjennos a los profesionales ocuparnos de nuestros asuntos sin convertirnos en armas arrojadizas de una guerra que no es la nuestra. Porque nuestras batallas se libran contra la enfermedad y el sufrimiento y ahí no hay partidismos: todos estamos en el mismo bando, que es el de los pacientes.